lunes, 31 de julio de 2017

Daniel Montoly - República Dominicana



Yo, obrero de tu necesidad.

Yo obrero,
desempleado de tu tiempo,
carnicero
de miradas,
miserable
del por vivir
y respirar,
sin la preocupación
insistente
del bolsillo
agorero
o por las amenazas
de las cuentas
sin pagar
sobre la mesa,
quiero,
pido,
una tregua existencial
que me permita
levantar
los brazos
sin ser golpeado
por las circunstancias
en la nariz,
sin el grito
fulminante
del nudo
en mi esófago
ahogándome
la compasión
de la mañana,
y el sentido mayor
del aliento.

Yo, obrero
del manotazo
en la lengua,
no pido mucho,
sólo una palabra
sin dudas,
una sonrisa
que, amiga,
toque a la puerta
de mi mala fortuna
invitándome
a escribir
una historia

    a olvidarla.



El poeta maldito

 Los otros poetas
eluden pronunciarse
sobre tus desmadres
poéticos, quizá
no quieren
darte duro
por los testículos
hiriendo
la omnipotencia
de tu ego
de poeta maldito,
y vas por ahí
como buque
de guerras próximas.

Maldices,
condenas
el estado actual
de la poesía
con ínfulas
de gran crítico,
pero la inocultable
deficiencia
de tu léxico
delata,
en tu pobreza,
a tus lecturas:
Ezra Pound,
Borges, Neruda
o “Las tierras
baldías”
de T. S. Eliot.

Fueron sólo la hiedra
en las paredes
que se ramifican
en la mirada
arañosa
de los libreros
de tu cuarto…
y ¿La Dickinson?
¿La virgencita
provinciana
de Nueva
Inglaterra? Ah, pero,
qué carajo
importa, porque
te llevas
mucho mejor
con los pobres
poetas negros
que temían
al diablo
y hablar de árboles
y noches, pero
bailaban blues y jazz
como poseídos
por espíritus
nocturnos. Esos
son los cuervos
que se comen
tu insomnio,
esas son las aves grises
¡de tu especie!



El camarada Raúl  afuera del hotel Shanghái.

Te acercas
a la barra del hotel Shanghái
pero recuerdas
tus promesas
y aquellos sucios días
de frías cárceles,

retrocedes
y las viejas entrañas del monstruo
suben a flote
diciéndote que “una copa
no le hace mal a nadie”,
que ya no eres
el mismo animal político
de entonces, que tampoco
son aquellos los tiempos
de sangre y plomo.

Sudas y quieres arrebatarle
la botella al camarero
de las manos, para celebrar
a la vieja juventud,
por los retrocesos
de la muerte.

En ese instante
recibes una punzada
en el estómago,
te sobrecoges,
caminas hacia la estación de trenes
en donde te esperan,
el frío, la soledad,
      y el desprecio.

II
Naciste tatuado
por los muertos,
condenado
a recordarlos,
y te emborrachas
como un desquiciado.
Como los poetas beatniks
te dejas poblar
las barbas
para ir de incógnito
a los bares,
pero la desgracia
termina denunciándote;
los rotos de tus pantalones
y los aullidos
de tus zapatos,
dicen, que eres
un infiltrado
entre la alegre multitud
que habita el ocio público,
y te empujan
gritándote
que te marches
al paraíso,
o al purgatorio.

Eso a ti
te da lo mismo,
después de todo,
los has vivido
  en carne propia.




En mi costumbre
 
 
En mi costumbre
tu voz y mi soledad se dan las manos
como en una trinchera nocturna
que demanda de los cuerpos
arrastrarse entre las alambradas
del deseo y el cerco de la muerte.
Tu voz en mi oscuridad
me tiende la mano, bastón de labios
en un archipiélago de bocas caídas
en el combate en contra 
de lo que se perdió con la palabra
arrebatada por los arlequines
depositarios de lo que se pensó
sagrado entre lo sagrado
        del hombre.



Paisaje para un viudo
 
El mundo será su viuda
                                                                   William Shakespeare
 
En la sombra
de esta ciudad que habito
está enterrada la mujer
que amé.
Cada atardecer
recorro los rincones
más oscuros, intentando 
arrebatársela
    a la noche.


La negra Soledad

 
La negra Soledad 
no era tan negra
aunque los retorcidos
de sus orejas
aseguraran
lo contrario,
y la nariz
se pronunciara
con respingo,
como colgada
de una aldaba
masónica.
Revolvía
aquel regalo
hecho por Dios
al hombre,
por los salones,
seguida 
de una curiosa
nube de fulanos
y menganos
que se le
amontonaban
por los rincones,
como lagartos
esperando 
los siete bostezos 
nocturnos,
para deslizar 
sus lenguas 
de reptiles
enfermos
por la espesura
geométrica
de sus peligros 
insospechados
y así escuchar
las pulsaciones
plañideras
de los tambores,
celebrando el patriotismo
de sus nalgas,
sin ser día nacional,
con el nervio
de su sensualidad
en paños menores
y la cabeza 
adentro del cielo.
La negra Soledad
no era tan oscura,
tampoco yo,
era tan blanco
como para obviar su sexo
de metales 
y mambo.

Lista de especies peligrosas

 
Es tiempo de retirar del poeta la sospecha
Si, ya sé que algunos
lo consideran un terrorista
de la palabra, otros
un degenerado embaucador
de jovencitas, pero en algo
estamos todos de acuerdo
y es que, es un pobre carajo.
Jala aire, muerto en vida,
con las dos manos en la cabeza
y la sombra de la moneda
en lo más hondo del bolsillo
de la que ya ni recuerda la fecha.
¿Para qué desperdiciar 
pólvora y esfuerzos
contra quien carga encima
la peor sentencia?
Déjenlo rumiar por los cafetines
o por los lugares públicos
con un palillo entre los dientes
recordando a los grandes patronos
de iglesia (ya muertos claro está)
aferrándose a la gordura barroca
de Lezama Lima, a la mirada 
inquietante de Edgar Allan Poe 
o al traje almidonado
de T. S. Eliot, aunque al suyo
ya no le quepan remiendos 
que zurcir a los días 
de fiestas nacionales. Es tiempo 
más que suficiente
para sacarlo de la lista 
de los elementos peligrosos,
permitiéndole recorrer las nubes
como astronauta, creerse Baco, 
emborrachándose de aire
hasta ahogarse con su propio vómito.
Hay demasiados ruidos
allí afuera. Es hora de apretar el culo
y toser con el cerebro.


Los detectives salvajes

 
                                       A Roberto Bolaño
 
Un cigarrillo arde 
sobre la superficie del revólver ensangrentado.
La mancha de la alfombra reflexiona
acerca de la fragilidad
con que el arrebato sorprendió
una vida en curso. El humo de la noche
se refleja trescientos sesenta grados
en la humedad de la ventana.
La tragedia no detiene 
el adulterio ardoroso de las moscas 
en el cuarto contiguo. Y acompañados
por la soledad de la cama
los detectives salvajes se arriman 
a desenterrar la cálida voracidad
     de otro homicidio.


Daniel Montoly nació en Montecristi, República Dominicana, 1969. Poeta y traductor. 
Obtuvo el Primer Premio del Concurso de Poesía convocado por la Revista Literaria
Niederngasse, el Editor Choise Award The International Poets Society.
Aparece en las siguientes antologías de poesía: Colección Sensibilidades (Alternativa
Editorial, España 2001), Maestros Desconocidos de la Poesía Contemporánea (Ediciones
El Salvaje Refinado, USA, 2004), Colección de Poesía Abrace (Uruguay 2007), Jóvenes Poetas
Cantan a la Paz (Casa de la Cultura Latinoamericana, Sidney, Australia, 2004), Antología
El Verbo Desenrrejado (Apostrophes Ediciones, Santiago de Chile, 2006), Nueva Poesía
Hispanoamericana: A Generation Defining Itself - In Our Own Words (AMW, Interprises, 
North Caroline, USA, 2009).
Libros de Poesía:
La Ritualidad del círculo (Obsidiana Press, 2008, USA), Tránsito del Agua (Editorial Taller
del Poeta, 2008, Galicia, España) y Papeles Robados al Más Allá (Linden Lanes Press/Colección 
de Poesía, San Antonio, Texas, USA, 2014)
Su poesía aparece traducida al alemán, portugués, catalán y al rumano.
Dirige el blog literario Wong Side.




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