miércoles, 21 de junio de 2017

Las deudas de la anaconda



Desde 1998, Honduras buscó ser elegible para la Iniciativa de Países Pobres Altamente Endeudados (HIPC por sus siglas en inglés), un lastimero club promovido por el FMI y el Banco Mundial para condonar gran parte de la deuda externa. Se logró hasta el 2005, luego de interminables ruegos que eran mostrados al interior del país como la gran panacea de nuestro despegue socioeconómico. Cuando por fin se anunció la gran “membresía”, la clase política lo celebró por todo lo alto: éramos, felizmente, los más pobres entre los pobres, 60% de nuestra deuda sería condonada. Casi se podía imaginar a Ricardo Maduro (presidente nacionalista a cargo) y a Aguas Ocaña, su primera dama, bajando y subiendo sin guardaespaldas por los barrios más pobres de Tegucigalpa, abrazando a medio mundo, felicitando a la inmensa pobrería porque a partir de entonces eran partícipes del HIPC. Era el 2005. En el 2009, esa misma clase política bipartidista borró de un plumazo lo del HIPC, pasó a inaugurar una nueva época de golpes de Estado en Latinoamérica y, con Micheletti al frente, endeudó al país en seis meses y al mismo nivel de lo ya condonado. Pero se debía celebrar: volvíamos por la senda de la clásica democracia hondureña.

Ahora, en el 2017, en dos cortas y certeras intervenciones, la Canciller de Venezuela, Delcy Rodríguez, le recuerda a juan orlando hernández que no ha salido del HIPC y que incluso ha retrocedido más. Esta vez no hay celebración, al contrario: hay caras largas y vergüenza mal disimulada. La respuesta de la canciller hondureña ha quedado como una de esas frases célebres de nuestra desgracia. Eso es falso, eso es falso, eso es falso, y todos sabemos que lo decía casi como una anaconda que niega que se ha tragado un elefante; sí, como la anaconda de El Principito. ¿Hasta dónde llega nuestra dictadura que nos dicta incluso que debemos alegrarnos y celebrar porque se ha desnudado de nuevo el que somos parias? A ese punto nos han llevado estos sistemas de gobierno. 

Por un momento reímos que el rey va desnudo- ¿no era el principito? -, pero sabemos que luego regresará con rabia y golpeará de nuevo, bien vestido y con más guardias de palacio. Que nuestra única membresía sea la de pertenecer al cambio de los tiempos, que nuestra única condonación sea que nos quiten la vergüenza de aguantarlos más.

F.E.

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