viernes, 6 de mayo de 2016

Ha vuelto, de Timur Vermes y David Wnendt



Timur Vermes ha escrito una novela de impacto boomerang y David Wnendt nos ha regalado un cuarto de espejos. La he visto, justo ayer que se cumplían 71 años de la entrada de las tropas soviéticas a la Berlín aniquilada. ¿De qué otra forma debía empezar una historia que pretende volatizar lo políticamente correcto respecto al fascismo? El cuerpo de Hitler se volatizó en algún punto de los archivos soviéticos, una singularidad espacio-tiempo hace que de pronto Adolf aparezca en el mismo lugar donde sus guardias SS intentaron cremarlo. Sin orificio de entrada y salida, el suicida que llevó al suicidio a todo el pueblo alemán está ahí, despertando cada día y anocheciendo cómodamente, sintonizando canales donde la doctrina de la tele basura suple los códigos y consignas.
Un periodista freelance desempleado y con pocas historias descubre al fuhrer recién resucitado (que el periodismo pretenda descubrir todo es todo un signo, que la historia se reescriba como show es otro), y sin pensarlo lo adopta, lo convence de que debe salir en televisión. Ninguna oferta puede ser mejor para un político nacido de la aplanadora mediática de Goebbels, así que acepta de inmediato, porque él lo que quiere es "llegar de nuevo al Reichvolk", a su pueblo, un pueblo del que está sorprendido que no haya muerto con él.

Todos están con la boca abierta de ese nuevo show que se ha inventado un canal en decadencia, hasta que comienzan a sospechar que el reality verdadero los tiene a ellos como actores principales. Reality inverso es lo que se ve en toda la película que si bien necesita de alguna que otra puntual información sobre diálogos históricamente comprobados en el bunker final no se excede ni deviene en película para especialistas, por una sencilla razón: existe un Donald Trump en cada político globalizado, y la globalización ya volvió común el aspecto fascista que pretendió borrarse en la Alemania de 1945. Todos lo vemos a diario, millones lo anhelan a diario y, cosa paradójica, los neo nazis son los que terminan rechazando al revivido fuhrer. Este punto es importante diseccionarlo: el fascismo existe en el neo nazismo y en otras expresiones político-culturales, pero se cuida de no caer en ortodoxias. ¿Banderas exultantes satrurando el super bowl y los estacionamientos de malls?: muy bien. ¿La clásica bandera ondeando al final de toda película de súper héroes?: muy bien... ¡pero nada de ortodoxias, por favor! Bravos pero cools, implacables pero naifs, xenófobos pero united color of Benneton...

La actuación de Oliver Masuci camina entre lo hilarante e inquietante -sobre todo en los silencios- y para mí ya queda en reserva para el juego del quién ha hecho el mejor papel de Hitler. En sus diálogos alcanza, sin duda alguna, aquello que, en Ruido de Fondo, Don Delillo caracterizó así: (Hitler) "... se dirigía a la gente en interminables monólogos repletos de asociaciones libres, como si el lenguaje procediera de una inmensidad situada fuera de los límites del mundo y él fuera simplemente el médium encargado de su revelación...", pero sobretodo, alcanza a re-interpretar desde su condición de alemán de  siglo XXI, el por qué aún puede transmitir empatía y carisma una figura de tal corte, un supuesto error de sistema borrado que poco a poco va descendiendo de su modelo tragicómico hasta asentarse con holgura a la seriedad de planteamientos ya naturales en la sociedad neo fascista en boga.

"La gente no se enoja con Hitler tanto tiempo", argumenta la directora ejecutiva del canal que ha puesto a circular de nuevo al fuhrer, y tiene toda la razón. Hitler puede ser un fantasma hediondo en la  conciencia europea pero es solo eso, se puede guardar en el sótano aunque su fantasma vague cada día por todos los espacios de la casa hasta convertirse en parte de las vibras familiares.

Viene Trump, amigos y amigas. Y es mejor que miremos la película primero o despertemos de nuestra aparente locura y señalemos que el espanto volvió a casa.


F.E.



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