sábado, 21 de noviembre de 2015

Houdini vuelve a casa o la vida como exilio - Néstor Ulloa

De izq. a der.: Néstor Ulloa, Salvador Madrid, Fabricio Estrada.

El querido poeta Néstor Ulloa me envía esta apreciación sobre Houdini vuelve a casa, mi último poemario. Gran parte de esta interpretación fue la que sustentó la presentación que Néstor hizo en Gracias, Lempira durante la lectura que realicé junto al poeta Salvador Madrid y él. 


De más está referirse a la espectacular capacidad de Harry Houdini para llevar a buen término un sinnúmero de actos de escapismo que, aún hoy en día continúan sorprendiendo a la humanidad. Metido en sacos, ataúdes, cajas; atado con sogas o cadenas, era como si ninguna cerradura, ningún candado, ningún artilugio diseñado para contenerlo hubiera podido resistírsele. A Houdini sólo la vida misma logró contenerlo, sólo de sus propias cadenas y candados, que cual constrictores al servicio del destino fueron silenciosamente haciendo su trabajo, le fue imposible escapar. Ese último acto de escapismo de Houdini, aparentemente fallido ―y digo aparentemente en función de la línea de este texto― simbolizó más que sólo la muerte del ilusionista; represento en realidad el más grande acto de escapismo, a la luz de la poesía que analizamos, aunque los candados no fueran abiertos por el maestro.
Fabricio Estrada hoy nos presenta su más reciente poemario: Houdini vuelve a casa. Este es un trabajo poético de impecable manufactura, templado a la luz de la hoguera del tiempo y con la rigurosidad que toda obra de creación requiere.
Comenzaré por decir que el texto es una unidad estructurada por una dualidad que es tan inherente al ser humano como lo es el bien y el mal, y me refiero a la dualidad             vida-muerte y en medio o alrededor de ella, la idea del exilio. El solo título ya nos remite indirectamente a esta idea del exilio que he señalado, a través del regreso. Por milenios, la humanidad ha construido todo un imaginario mítico-religioso sobre la premisa de que venimos de un lugar distante, quizá de otra dimensión en el plano metafísico, y que estamos en este mundo de paso, como si de un curso de perfeccionamiento se tratara, para luego volver al sitio al que en verdad pertenecemos.
Fuera de pretender ser una declaración de intenciones, ese es, a mi juicio, y haciendo un uso irrestricto del término, la fábula  que rige el poemario. Poemario que se presenta como una suerte de cuaderno de instrucciones, una bitácora de códigos que permite una           (re)lectura de la vida y sus avatares; los trucos de ilusionismo, si así lo queremos ver, porque
“…la vida era sólo una pausa
del implacable fragor del poema
del irrenunciable estallido del poema
solo pausa la vida
un lento movimiento
que conduce invariable hacia otro poema…”
(p. 28)
Este “otro poema” del que habla el poeta es y será siempre una incertidumbre, una apuesta necesaria, una puerta más por abrir o por cargar en la espalda, en el proceso de vida de todo individuo.
Y en esta suerte de bitácora de códigos que digo, coincido con el poeta Daniel Matul, en su nota introductoria del poemario, en cuanto a que es la palabra la que se presenta como la clave para encontrar el camino; la palabra nos desnuda ante la verdad y nos muestra la equivocada concepción del mundo que hemos tenido, pues nos permite “…entender el accidente/ que hizo de la estrella/ una mala metáfora de lo infinito…” La palabra poética se presenta como tabla de salvación,  pues el poema es una entidad
“que se yergue
que se hunde
y mientras tanto aparece
queda su viento para habitarlo
su sol
su inminente presencia para respirar
e intentar el siguiente acto.”
(p. 28)

En esta dualidad vida-muerte que he apuntado, la vida se presenta como un conjunto de actos, similares a un show de escapismo, en donde uno tras otro, el individuo (es decir, el escapista, el Houdini que todos llevamos dentro), se pone a prueba a sí mismo para lograr desatar ese “universo de nudos” del que habla el poeta y que se lleva a cuestas como sino trágico, no sólo en el plano cronológico, sino visto como una suerte de quipus que cuentan la historia personal de cada uno en este mundo; un mundo que se presenta como el espacio físico en donde, a pesar y con conocimiento o no de ello, tiene lugar ese exilio que representa la vida:
“cada vez el mundo
retorna del viaje al que no has ido.

De algún lugar somos desplazados.

De algún exilio hemos regresado.”

(p. 34)

Y este exilio del que de alguna manera vamos regresando, casi sin saberlo, ha sido fríamente calculado, por el destino quizás, aún a despecho nuestro y puesto en claves que es necesario descifrar:
“los planos se despliegan
y en ellos nadie explica
dónde se borran las líneas
o dónde comienza el filo
de este papel imaginario
que me tocó en suerte vivir.”
(p. 20)

Y entonces, cuando se llega a este nivel de conocimiento, es la palabra la que se vuelve río para mostrarnos otro mar y otras profundidades, como bien lo señala el poeta; es la palabra la que se vuelve la clave que resuelve el misterio, la llave maestra que abre todas las cerraduras, el movimiento de contorsionismo que nos permite (re)conocernos y desatar todos los nudos para comprender que:
“Las cadenas sólo fueron metáforas,
serpientes de ilusionista,
pretextos para burlar la vida.”
(p. 55)


El libro, en definitiva, es un viaje de regreso a los orígenes, un viaje para el que hemos andado con una puerta atada a la espalda, esperando el momento preciso para abrirla y liberarnos en el último acto, con el último nudo que soltemos, un día cualquiera. Y entonces, por extraña que parezca, del otro lado de la puerta, en el espacio del último nudo desatado, la muerte adquiere la dimensión de SER: un ser necesario para poner punto final al exilio ―que no significa el fin de la vida— y dar inicio al verdadero regreso a casa: el volver a la materia primigenia.

N.U.

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