lunes, 25 de mayo de 2015

Ayer soñé que La Gloria venía hacia mí en un sueño - Jonatán Lepiz, Costa Rica


Ayer soñé que La Gloria venía hacia mí en un sueño y yo no iba a ningún lado. De un sitio a otro contando palillos de dientes para construir un armazón, pero se me desploma antes de tiempo, así marco las horas, así marco y me quedan las puntas de los palillos incrustadas en la yema de los dedos o ¿en la llema de los dedos? No lo sé, no identifico ahora nada más que los sonidos.
Parece que hoy tengo 6 años y me devolví en el tiempo, en la habitación de mi cabeza repito, en random, el set list de una conversación donde los adultos hablan sobre la grandeza. Yo no sé lo que es la grandeza y esa palabra me parece, no solo extraña, también perversa. En la escuela un compañero dijo "vean la grandeza" y me pareció pequeña y asquerosa. Yo me quedo hecho un ovillo con la luz de mi cuarto apagada y raspo el piso de madera con la uña, hasta que se me desgasta, me duele y agarro, entonces, una moneda, sigo raspando hasta que hago un canalete por el que, minutos más tarde, intento deslizar un carrito de solo tres ruedas. En la sala mis tías, las palabras y lo que los adultos entienden por grandeza. Parece ser que la grandeza también tiene 3 ruedas y va trastabillando, golpeando su cuerpo contra las paredes en las cuales mis tías han colgado las fotografías de hombres sellados por el tiempo y el silencio.
Hoy escribo en inversa, hacia atrás, doblando algo parecido a un palillo de dientes para buscar la inocencia, pero la inocencia es, a su vez, un cuento de una tarde que se esfumó como si uno soplase un globo para inflarlo y se te escurriera entre las manos y cayera al suelo y justo cuando lo iba a juntar alguien llega y se le para encima. Algo así, más o menos. Escribo y me pongo como un ovillo en el suelo, igual que esa noche a los 6 años.
Bob no es un nombre, no hay nombres aquí, es el sonido de las gotas de lluvia de una noche en la que no paró de llover, bob, bob, bob, bob y luego el sonido cambió, plap, plap, plap, plap y luego tac, tac, tac, tac, y plum, plum, plum, a los 6 años intenté reproducir el sonido de las gotas, golpeando su ya cadáver contra el zinc, con letras y no pude, creo que ningún sonido puede ser reproducido por palabras, las palabras son otra cosa, las palabras crean sonidos, pero no viceversa. Bob, bob, bob, bob, bob.
La tarde es un enorme árbol, vertical, donde muchos se ahorcan. Creo descifrar en el reloj las 4 p.m, pero bien podrían ser las 2, las 5, o las 10 de la mañana, también las 7 de la mañana. Varias sogas he visto colgadas de las ramas de la tarde. Yo no salgo porque hace frío y hoy soy un niño de 6 años más cerca de los 40 o de los 30. En realidad no soy un niño, soy un tipo que escribe, ¿en realidad soy un tipo que escribe y no un calamar al borde de la extinción que desperdicia su tinta sobre superficies blancas y desconocidas? En realidad soy un tipo que habla sobre el miedo, sobre las tres o cuatro vértebras que tiene el cuerpo del amor: un palillo de dientes que se dobla y se multiplica pinchando los dedos de quien intenta agarrarlo.
Pero todo es una presunción, parece que ha dejado de llover, pero me asomo a la ventana y puedo ver a la distancia una nebulosa gris que cae sobre lo que antes tenía color, sonido y movimiento. Cuando uno intenta descifrar la ecuación de la traición todo tiende a la nostalgia y el resultado es borroso y uno sabe que empieza en dos pasos que se sienten profundo y que luego te llevan a sitios donde el verano más parece un discurso que un artificio del sol. No sé por qué hablé aquí de la traición, supongo que quise decir enigma o no quise decir nada.
Las palabras son como borregos uno las nombra y las jala, las jala contra su voluntad hasta que se hacen realidad, a veces pueden rodearnos, llevarnos sin guía hacia un barranco, hacia un pozo, una celda o a la mismísima primavera. Supongo que lo que quise decir aquella noche de lluvia era que odiaba el mundo, que arrastraba su olor a tierra mojada a asfalto mojado y me producía arcadas. Supongo que había varias azoteas en ese vecindario de mi infancia, pero yo era un niño y no sabía saltar, aún. Supongo muchas cosas hoy que escribo diferente, más bien hablo distinto, con el tono del ovillo, de la melancolía.
Lo que quiero decir es que estoy fijo en un lugar, clavado sobre el piso y muevo mis brazos como un espantapájaros y no voy a ningún sitio.

J.L.

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