jueves, 2 de mayo de 2013

Un voto para Rodríguez

And there's the militant with his
store bought soul
there's someone here who's
almost a virgin i'been told
Todos en Ciudad del Cabo hubieran votado por vos, Rodríguez, vía correo postal, vía telepatía, como sea hubieran sorteado las porras y las balas, pero hubieran derribado cada retén por llegar a tu guitarra y depositar sus corazones en ella. Pero vos no sabías nada, tu base electoral hubiera robado todas las bases y un jonrón inolvidable saltaría desde los mares del sur para que las ventanas se rompieran en la alcaldía de Detroit, en todos los autos recién salidos de las fábricas, en todas las malas pancartas republicanas.

Lo que aparecía en la boleta era tu pinta de recién llegado a los setenta, era la portada de tu disco, cruzado de piernas como si levitaras. Decime, Rodríguez ¿quién no hubiera votado por vos en Pretoria? ¿Quien no en Bloemfontein? Botha hubiera caído con los oídos abiertos en flor y las tiernas abejas se hubieran negado a llevar su polen amargo, ya no más, nunca más.

Tendiste tus cuerdas de un silencio a otro, Rodríguez, te afinaste con cada hueso de tus manos, les dijiste que lo mejor no era salir elegido sino que cantar como una elección de vida, que alguna vez, por lo menos, nadie compraría el alma del pobre camionero que madrugaba para anochecer lo más pronto posible en los bares regados por la planicie. ¿Pero quien quería a un latino merodeando por ahí, cabellera larga, casi un tarahumara en actitud votiva ante la lluvia? No era tu tiempo, Rodríguez, los latinos no estaban de moda y vos no querías pasar por el cirujano para cambiarte el rostro, la lengua, la mirada de quien ha emigrado sin quererlo dentro del vientre materno.

En Durban habrías arrasado. En Port Elisabeth. En el Johannesburgo del pálido amor estudiantil habrías marchado con claveles contra el odio.

Nadie, nunca, llevó a cabo una campaña más potente que vos, Rodríguez, nadie supo llegar tan lejos como vos en el lugar 139. Recuerdo que en la más miserable de las casas me sentía como haber llegado al áfrica, Rodríguez, como un despreciable saqueador que mordía los dinteles de las puertas y que pateaba los hornos vacíos. Me hubiera gustado pedir el voto con una rola tuya y jugar con los perros en agonía, jugar a subirme a los árboles y luego saltar desde lo más alto, intacto, fascinante. Me hubiera gustado ser un remedo tuyo, Rodríguez, perdiéndolo todo, arriesgando cada gramo de mi timidez, cantando con todo el mal sonido de un concierto al que acuden a burlarse de vos y largarse en el acto.

En Nelsplruit te hubieran hecho rey, Rodríguez. Existiría la dictadura de los tristes.

F.E.

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