lunes, 20 de febrero de 2012

Cedros y el repujado del tiempo

 Cedros está al norte de Francisco Morazán. De él siempre guardé una brújula fantasma que insistía en direccionarme hacia él. Mi bisabuela Arcadia Ferrera nació aquí en 1884, muy cercana en el tiempo a la primera asamblea de diputados de Honduras que decidieron crear la primera constitución de la nación en 1849. Cuando quería intuir lo que era lo realmente lejano pensé siempre en mi bisabuela Arcadia y en Cedros.
 Casa donde se hizo la primera Constituyente de la República (o donde se inventó que el pueblo deseaba una bajo la jurisprudencia europea)



 Tenía, de la imagen oficializada por el turismo hondureño, algunas imágenes sueltas del pueblo, una vaga idea de lo que podría encontrar en sus calles, pero definitivamente, su realidad me resultó hermosa, delicada y herrumbrosa a la vez. Su tiempo es otro y el suspenso de los años se siente a cada paso. Algo esperó siempre este municipio que se quedó muy al fondo de sus minas, en su mineral apagado.


 Construida en 1572, su iglesia es la joya de esta lejanía, con pinturas del siglo XVIII y repujados de alta maestría artesanal en plata. El espíritu contrito de su interior emana una luz que termina pocesionándose de todo el pueblo, casa por casa, calle por calle. Nada queda fuera de su humillación beata y de su misterio que se resiste a una época donde todos los sellos íntimos de las cosas fueron destruidos, inmisericordemente.








 El mineral de Cedros tiende una madeja de calor y vegetación espinosa que intenta detener nuestra curiosidad, sin embargo Daniel, habitante y guía improvisado amablemente, nos lleva hasta la boca de la codicia. Ahí descansamos, en su sombra donde solo nuestras palabras desentonan, pobres y sin ambición.


 El internado que funciona en Cedros rebosa de una vida que contrasta con el silencio reinante en las calles. Las nuevas generaciones se debaten entre la fuerza de un pasado que no quiere irse y el culto a la nostalgia que ha hecho del esfuerzo municipal una gestión permanente que busca mantener en pie el resplandor huidizo de su señorío colonial.

 No estoy seguro cuánto de carcoma habita en la madera de sus símbolos más preciados, pero lo que sí estoy seguro es que el repujado que brilla sobre todo el pueblo es una muestra magnífica de esa época colonial que oscila sin descanso sobre Honduras. Tanta belleza es tentadora, perfecta para mantener en vilo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Fabricio; excelente foto-reportaje, cargado de poesía, no solo en las imágenes, también en las palabras, en el acercamiento histórico cargado de evocaciones y percepciones sensibles. Un abrazo, hoy pude volver a recorrer las calles de Cedros, sentir los surcos de sus adoquines y el olor a ayer arrastrado por el viento, a río, quebrada,cerro y a gente que -a pesar de todo- aún sueña.

Fabricio Estrada dijo...

Caramba, gracias por hacer la auténtica poesía en su respuesta!

Fabricio Estrada dijo...

Fabricio
Gracias por hacerme recordar, hace 16 años realice mi practica profesional en ese hermoso lugar, nos instalamos con mis compañeros en la antigua casa de los Agüero, una antigua familia del lugar. Allí permanecimos un mes, muy de mañana empezábamos nuestra labor de investigación en el antiguo archivo del municipio, allí asistí a misa, velorios, fiestas, encontré un cuentero maravilloso; vi rogativas de lluvias con un san Isidro en andas; escuche los dobles a muerto en el campanario de la iglesia y un sepelio el mas triste que he visto. El cerrito de los enamorados donde el ultimo día de la practica, a ultima hora, bese como loco a una chica de la ciudad del Progreso, la cual estuvo suspirando por mi todo el tiempo y yo ingenuo no leí lo evidente; solo estuve con ella como diez minutos; un mediodía de junio. Pues una tormenta se desato con toda su fuerza, demás esta decir que nunca la he vuelto a ver y todavía la recuerdo.....
Omar Aquiles Valladares - Historiador