miércoles, 12 de octubre de 2011

Sabanagrande: desde la barra

No es fácil regresar a una fiesta del pueblo. El ritmo se perdió en mi así que me voy por lo seguro: me clavo en la barra y dejo que las cervezas vengan deslizándose hacia mi mano.
Todos se han juntado al centro del enorme salón, como peces resguardándose del ataque de los atunes, muy juntitos en una enorme bola que se agranda y achica. El asunto por lo visto es no quedar a la deriva y caer por separado en la burla atenta de los y las muchas que están sentados en las bancas, pegados a las paredes, prestos a revisar el cojeo o la falda demasiado corta o la convulsión de los primerizos en reaggeton, porque aquí el reaggeton es la ola en la que todos sucumben o se deslizan.

El flasheo incesante de la luz azul me hace un astrónomo aficionado. La galaxia humana se expande y las cervezas siguen llegando como cometas y en otros momentos, como auténticos meteoros asesinos que se incrustan en mi nostalgia y elevan en el aire enrarecido rostros de muchachas que ya no están y que me gustaron en su debido tiempo.

Por eso es que miro como un coyote desde la luz de la barra. Miro y me equivoco con las facciones de una muchachita que salta de un flashazo a otro y que luego acelera su escape para dar paso a otra y a otra. Los parlantes retumban, pasan los amigos totalmente borrachos, las canciones irreconocibles, la completa ausencia. Sin embargo, por un efecto de contra-plano existencial, estoy de pronto ubicado en el otro extremo de las luces, en la parte con mayor sombra, cerca del baño, y me miro. "A ese tipo no lo conozco -me digo- pero me dicen que es de aquí, que nació aquí y vuelve de vez en cuando". Veo como voy consumiendo todo el parque de mi magazine alcohólico y del cómo hablo y me dejo abrazar por la compulsión ebria de un amigo reencontrado o de la simple sinergia que viene del ritmo en el salón.

Por corte, el contra-plano deja de existir y vuelvo a ser yo. Mañana estaré en la aldea y la luz será otra, digo, pero qué mala pata de no traer la cámara para arrancarle siluetas a esta locura y no sé, encontrarle razón al bajo de la música que es como un golpe oscuro, en la boca del corazón.




















1 comentario:

Óscar Deigonet López Posas dijo...

Que vengan todos esos gringos hijos de su creación y vean que aquí tenemos de amontón toda clase de máquinas y artilugios por lo que ellos pagarían una fortuna allá en su tierrita de duendes, vaya que si compran basura.
jamás nuestro suelo tendrá igual.
Bonito nuestro bohemio mi querido Fabricio.