martes, 4 de octubre de 2011

El mundo es un puñado de polvo, presentación, miércoles 5, a las 5 en el CCET




Jorge Martínez Mejía, poeta y promotor cultural, nos sorprende nuevamente con la publicación de su primera  novela El mundo es un puñado de polvo.  El  narrador desarrolla su obra moviéndose  entre  las grandes corrientes de la literatura realista,   social urbana y el  realismo sucio,   consiguiendo  retratar, sin concesiones,   el fenómeno de las pandillas y las maras en Honduras.

La opción estética de Martínez Mejía  para desarrollar su propuesta narrativa le permitió abordar la marginalidad social, la fatalidad, las vidas que se viven fuera del sistema.  Personajes desintegrados socialmente pero con un sentido de pertenencia al grupo del que forman parte y con el que se identifican hasta la muerte.

Relato ético-estético en el que los elementos se configuran con la única ética posible, aquella de quiénes  han sido degradados por la sociedad (En La caída: “Vos te apartás del presupuesto nacional, te hacés a un lado, pero siempre te tragan, sos un delicado bocadillo rosa, una minúscula campana avivando la fiesta, un polvillo suave y negro cayendo en la mesa blanca del canciller que navega en la nube de la fraternité. ”).

En esta narrativa los elementos van configurándose como en la realidad misma, aparentemente inconexa, artificialmente caótica. Ahí se va hilando finamente el mundo devastado y hostil en el que viven los jóvenes que se agregan a las maras. Quedan retratadas las raíces rurales de muchos de sus integrantes (Mamombella, el origen del Payaso) los profundos lazos con las madres y las abuelas, pues en esas relaciones signadas por el patriarcado, el padre está ausente.

El Payaso nos relata, en primera persona, sus recuerdos infantiles y adolescentes. Sus relaciones familiares y el modo en que estas le signan. De su padre tiene  presente cómo le surgió el odio por el abandono y a quien culpa por la enfermedad y muerte de su madre. Él es el artífice de las desgracias de su  única y verdadera familia,  su madre y su abuela.

Sin duda Martínez logra recrear los imaginarios de las/os jóvenes que habitan los barrios marginales, óptimo caldo de cultivo para la conformación de las maras y pandillas. La mayoría de sus miembras/os provienen de ese medio natural,   del ámbito rural, con una geografía sin fronteras,  de calmados contrastes, en el que imperan  tradiciones y estructuras sociales más sólidas y  en el que los cambios no son  rápidos ni profundos y en donde los valores permanecen inmutables.

Las dificultades del transito del campo a la ciudad está narrado sin artificios, con ternura y poesía. Pone en el escenario las inciertas estructuras urbanas, sus discontinuidades,  el nuevo espacio arquitectónico que impone  conductas antes desconocidas y que reproducen la alteración en las relaciones interpersonales y con el nuevo medio ambiente.   Estímulos nuevos que le imponen un dinamismo diferente a la vida.

Poco a poco van apareciendo nuevos personajes con una visión diferente del mundo,  en el espacio urbano cambia su destino y se enfrenta permanentemente a la aventura.  Sin aquiescencias de ninguna índole  aborda las asperezas de la vida, ante la violencia desatada en el ambiente cotidiano de las maras.

La particular atención del autor a  la marginación de los empobrecidos, el abuso de poder,  las diferencias de clase, y la injusticia le dan fuerza al relato.  Ante cada nuevo capítulo nos ataca la incertidumbre, la inevitable sensación de estar de  cara a  una aventura. Sin duda el lector se encuentra  ante una de las novelas de carácter social mejor logradas,  tanto   por  su técnica como por  el tratamiento del tiempo y  sus intenciones. Enhorabuena Jorge Martínez Mejía, buenos tiempos para la creación en nuestra Hibueras.

Anarella Vélez

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