martes, 9 de febrero de 2010

Poemas contra el miedo - F.E. ®

Aquí duermen y se aventuran

Aquí duermen y se aventuran mis ojos,
como ciervos perseguidos
saltan y se lanzan
entre ramajes oscuros.

Materializo imágenes de altos muros
y agrietadas techumbres,
aquí mismo
los siglos convertidos en avenidas,
el viento exacto del verano,
las cuatro de la tarde
y un tropel de sonámbulos
apoyados en las paredes.


Algunos gritan,
niños semidesnudos espantan
a las picoteantes palomas.
El grito alto circula, expandiéndose
por los costados de la plaza:
un grupo de fuentes resecas
y los balcones decadentes
de una guerra intuida que jamás cuajó.

Aquí debieron tomar impulso muchos sueños,
conquistas,
una rosa lanzada al vacío
por una mano de mujer desencantada.
Daría igual –no me sorprendería-
que cruzara tableteando
un carruaje tirado por caballos,
que el aeroplano del `24
siguiera bombardeando las calles del centro
y que al mismo tiempo
una fila de esclavos con tristeza cantara.

Aquí están la bóvedas de piedra y cal,
las palmeras mestizas
y los tejados de la octava
o la veinteava generación del XVII;
hermosas mansiones
con la sonrisa aún petrificada en las marquesinas;
aquí un héroe, transformado al bronce,
al mármol
o vuelto al barro que en todo septiembre
arrastra el río.

No importa, es suficiente
recordar las formas por sus posibles nombres:
que Los Dolores es Venecia
o que La Leona es Toledo;
que El Berrinche es Masada
o que el Juan A. Lainez
es aquella colina en Stalingrado
donde nunca murieron hombres
añorando maizales.
Qué importa
un pequeño parque y sus cuestas,
la sensación de estar en ningún lado
apenas
las palmeras mestizas
y los habitantes traídos a la fuerza
con los labios rajados y la distancia
delatante en sus camisas de manta.

Aquí mismo,
en esta ciudad de nombre tan raro,
sobre su adoquín irrepetible,
Tegucigalpa entre brumas y cerros decapitados.
La tristeza de sus muchos puentes,
el acento extraño
de las campanadas de las cinco en punto,
la María Auxiliadora ya sin vitrales
y con sus portales llenos de mercaderes…

La angustia,
la zozobra de un anciano
en medio del tráfico,
el temor al silencio,
el terror al olvido.
Aquí es donde regreso
cerrando mi cuerpo
al descanso de mis ojos.



Punto de retorno

Jamás se regresa,
volver es un jamás
que nunca cede.
Veinticuatro horas después
somos otros
creciendo inéditos,
buscándonos de la misma forma
cuando niños nos buscábamos en sueños
y no lo podíamos explicar
al despertar,
cuando el sol era blanco
y la gente comenzaba a andar
y ya no estábamos perdidos.

A ese lugar nunca se vuelve
por más que lo intentemos,
somos gente vieja
aún recién paridos.


Sol que fue encendiendo

Se fue el instante,
la risa, el estrépito;
la pasión que ciertas cosas
provocan en uno.
Pasó el torrente,
el bramar de la lluvia
explotando en los cerros,
las banderolas,
los pulmones más capaces,
las piernas sin huellas
y el lodazal emergente.
se fue toda una tierra
en los cuentos de la infancia:
el verdor matutino,
la voz de la mujer
en un canto sin dueño,
el camposanto cercado
por el musgo y sin huesos.

Se marchó el camino
para andar en otros pasos,
la pequeña vertiente
del sonido claro.
se esfumó el instante
en los ríos ascendentes del árbol,
en el caballo solitario
empotrado en la hierba,
en la calle que va quedando atrás,
en la esquina que doblamos,
en la mirada resuelta que se vuelve
parpadeante
como un sol que va encendiendo
poco a poco
el algodón de los bosques
y las nubes resecas del cielo.


Galileas

Volvés,
intentando un conjuro que arrase,
que suspicazmente destruya.

Volvés…
Orión inclina su constelado sueño
haciendo brillar un vientre
que conociste ya tiempos.

Kinnereth se llamaba,
agonizante
recontaba abalorios
de un amor perdido:
¿lo recordás?
Hace muchos años
y a despecho de Kefar Nahúm
su esposo,
vos sedujiste sus aguas,
las amansaste
hasta el punto de andar sobre ellas.



Una isla

Una isla es inexpugnable,
a mar abierto o a cielos cerrados.
Deja a las olas
la furia del instante
y como el pájaro en el cielo
abandona a las corrientes
su cuerpo en vuelo.

Una isla es más grande que el mar,
por muy pequeña
un hombre podría llegar a ella
soñando mundos ignorados.
En lo inmenso, en lo turquesa
y en lo negro,
aguanta el clamor de las estrellas
y el silencio blanco de las caracolas.

Una isla,
una tan sola,
como el mundo, como el sueño,
va creciendo en las noches
y disminuyendo en los días
orgullosa, intacta, poderosa,
montaña exiliada,
una isla simplemente,
lomo de un mundo
que sumergido espera.

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