martes, 8 de septiembre de 2009

Los cables sueltos





Se acercan los días de mil programas acerca del desastre de World Trade Center. Ayer, por ejemplo, tuve la oportunidad de ver un muy buen documental editado desde los celulares de los testigos, desde sus cámaras personales y en verdad, no he visto ni una sola película que se aproxime a la intensa intimidad que estas imágenes logran transmitir.
Me quedo con la imagen de los bomberos que entraron por último -descabellada indisciplina- y que fueron sepultados al caer las torres (343 bomberos muertos y 22 policías). Llevaban en sus caras la vida infinita y ningún atisbo de muerte.

Leyendo el Laberinto de la Soledad (O. Paz) caigo en cuenta que esa despreocupación petulante por la muerte es característica de una sociedad que poco le interesa el tema del fin, y que por lo tanto corta de raíz el dilema y se dedica a exaltar el confort y la salud, sobretodo esto último: la salud maníaca expresada en los cientos de programas sobre dietas, ejercicios, cocina, etc.

Bueno ¿para qué tanta vuelta? ¿Y las Torres Gemelas qué pintan en esto? pues precisamente en esa imagen de imperecederas que tenían, en ese vértigo que vencía a cualquiera. Su cartesiana monumentalidad se plantaba ahí, absoluta.
Y por supuesto que siempre hay hombres y mujeres que terminan hartándose del símbolo y terminan saltándose sobre la impostura, ya sea cruzando los cielos con pértiga en mano o en un avión secuestrado. El asunto siempre fue demostrarles a los constructores de las Torres, que la anarquía era mil veces superior.

Philippe Petit (sí, un pequeño hombre) puso sus cables sueltos de un extremo a otro en 1974 y lo hizo. Los extremistas pilotos islámicos tomaron el control y lo hicieron. El 11 de septiembre es todo un símbolo de tranversalidades mentales, sin duda, una lección humana de enormes proporciones.

F.E.

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